Cuando fuimos los mejores en innovación educativa

Hubo un tiempo, en el cual las propuestas de los pedagogos españoles eran observadas con atención en todo el mundo. Una época donde abundaron novedosas escuelas, de métodos educativos avanzados, que causaron la admiración entre los maestros y pensadores de inicios del siglo XX. Unos centros de enseñanza, generalmente al margen del Estado o de los colegios religiosos, que con pocos medios pero con un convencimiento desbordante, consiguieron elevar el nivel cultural entre las clases más desfavorecidas.

Finales del siglo XIX; el país presenta una situación económica deplorable, mantenida por unos gobernantes mediocres sumidos en la corrupción, incapaces de intentar solucionar los acuciantes problemas que adolecía la mayoría de la población española. La división entre las clases sociales es enorme: unos pocos acaudalados gozan de un exquisito nivel de vida, en cambio la inmensa masa trabajadora tiene serias dificultades financieras. La oferta cultural queda relegada al disfrute de solo una minoría; se calcula que en el año 1900, el 60% de los ciudadanos españoles eran analfabetos. Y en aquel terrible contexto, surge toda una auténtica revolución pedagógica, que con sus peculiaridades, llegó a practicamente todos los lugares de la península; Zamora no fue una excepción y en nuestra provincia se desarrollaron interesantes propuestas educativas de carácter popular, dignas de comentar en este artículo.

En 1876, se fundó la Institución Libre de Enseñanza (ILE), un establecimiento educativo privado laico, inspirado en el krausismo y en la pedagogía renovadora de Giner de los Ríos, Pestalozzi y Froebel. Las singulares aportaciones de la ILE fueron múltiples: el rechazo al libro de texto, la colaboración entre los discentes, el respeto al mundo del trabajo, el excursionismo, la crítica a los exámenes, o la apuesta por la evaluación continua, defendiendo la concepción de que la educación debía abarcar la vida entera de una persona.

En la órbita de la Institución, estaría la madrileña Residencia de Estudiantes; allí, coincidió un largo listado de figuras de la cultura del primer tercio del siglo pasado: Luis Buñuel, Federico García Lorca, Salvador Dalí, Rafael Alberti, Nicolás Guillén, Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, Marie Curie, María Montessori, Benito Pérez Galdós, Gerardo Diego o León Felipe.

Varios de esos voluntariosos intelectuales, participarían en las Misiones Pedagógicas, organismo financiado por el gobierno republicano, que pretendía llevar la cinematografía, el teatro o una selección de las mejores obras de la literatura universal, al más recóndito rincón de la geografía patria. Sanabria tuvo su visita en el otoño de 1934; allí, aquellos “misioneros de la cultura” pudieron comprobar el aislamiento y la miseria que sufrían los campesinos; además, proporcionaron material a algunas escuelas, u organizaron conferencias sobre las aguas potables o los adelantos agrícolas. Durante su estancia sanabresa, se enteraron del estallido de los sucesos revolucionarios de octubre; éstos fueron también impulsados con énfasis por los “carrilanos” de la comarca, defensores del anarcosindicalismo, quienes construían la vía férrea hacia Galicia.

Siguiendo los postulados de la ILE, la institución filantrópica Fundación Sierra-Pambley, en el año 1897, crearía en Moreruela de Tábara una escuela de primaria. Una realidad que fue posible, gracias al altruismo del regeneracionista leonés Francisco Fernández Blanco. Al colegio podían asistir los niños de cuatro pueblos de la zona, con una edad comprendida entre ocho y catorce años, y se les requería ser: hijos de obreros, huérfanos o de una familia pobre. La calidad de la formación, su gratuidad, el huerto escolar o la existencia de materiales pedagógicos y científicos modernos, eran signos identitarios de la escuela. Los maestros organizaban frecuentes viajes: al Puente Quintos, el Monasterio de Moreruela o al recién construido Salto de Ricobayo; y cuando era factible, las clases se realizaban al aire libre.

En esa enseñanza alternativa, no solo había centros dirigidos a la infancia, sino que su infraestructura se utilizó también para formar a los mayores. Abundantes iniciativas culturales surgieron: grupos de teatro, muchas veces vinculados al asociacionismo barrial o a los ateneos libertarios; clases nocturnas para los adultos, casi siempre gratuitas, impartidas con ilusión por entusiastas activistas que dominaban las letras; charlas divulgativas, siendo todo un referente las dominicales de la Escuela Moderna, debido al elenco de profesores y científicos ponentes; bibliotecas populares, gestionadas por ateneos obreros o colectivos literarios; recitales poéticos; grupos deportivos y senderistas, organizados por la juventud; o la creación de las Universidades Populares, centros donde el pueblo pudo acceder a una cultura que hasta entonces le había sido negada.

La Universidad Popular de Zamora se abrió en 1933, vinculada a la Asociación Profesional de Estudiantes Zamoranos (APEZ), a su vez adherida a la Federación Universitaria Escolar (FUE). Fue un colectivo de carácter autogestionario, abierto a toda la ciudadanía, dinamizado por inquietos estudiantes de magisterio como Amado Hernández Pascual, Engracia del Río o Valentín Ferrero, en estrecha colaboración con la intelectualidad progresista zamorana de la época. En sus modestas instalaciones, cedidas en la antigua Escuela Normal de Maestros (hoy Biblioteca Pública) y en la extinta Casa del Pueblo, realizaron hasta el verano de 1936 variadas actividades didácticas, de carácter gratuito: conferencias sobre sanidad, exposiciones, idiomas, además de clases nocturas de gramática, geografía, aritmética o dibujo.

En el estudio “La labor educativa de Amado Hernández Pascual: Universidad Popular, esperanto y difusión cultural en Zamora y Argujillo durante los años 30”, recientemente publicado en el “Anuario del Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo”, detallo en profundidad esta interesante experiencia educativa colectivista.

Algo más lejos, en Barcelona, el pedagogo Francisco Ferrer Guardia, en 1901 inauguró la primera Escuela Moderna. No fue un centro educativo más, pues abrió las puertas a la renovación pedagógica del mundo de su tiempo. Ferrer, un declarado librepensador y anarquista, planteó un completo sistema basado: en el laicismo, un racionalismo de base igualitaria, el apoyo mutuo, el juego y la ciencia. En sus aulas introdujo la enseñanza mixta, eliminó los premios y los castigos en la infancia, descartó los exámenes, empleó técnicas como la correspondencia escolar (después aceptada por Freinet), o el cuidado de la higiene como método preventivo de enfermedades.

La biblioteca escolar fue otro de los pilares del modelo ferrerista, editando sus propios materiales y una cuidada colección de textos de destacados autores: Odón del Buen, Santiago Ramón y Cajal, Émile Zola, Élisée Reclus, Jean Grave o León Tolstoi. Asimismo, publicó un boletín periódico donde detallaba su ideario y convocatorias.

Ferrer consideraba a la Iglesia católica responsable directo del atraso secular que padecía España; así, en la Escuela Moderna decidieron no enseñar dogmas religiosos, lo que sumado a su defensa íntegra de la coeducación y a su crítica a la institución católica, le hizo enfrentarse a los sectores más atávicos de la sociedad, quienes consiguieron clausurar su colegio en 1906. Y más tarde, víctima de un montaje, lo acusaron de ser el promotor de la Semana Trágica, sufriendo un juicio plagado de irregularidades, condenándolo a muerte. Pese a las masivas protestas, a nivel internacional, que solicitaban su absolución, el pedagogo fue ejecutado; siendo su último grito, ante el pelotón de fusilamiento, todo un atemporal símbolo y escarnio ante la intolerancia: “¡Viva la Escuela Moderna!”.

Años más tarde, los sucesivos gobiernos, ante el escándalo de magnitud universal que supuso el fatídico final de Ferrer, intentaron resalcir su figura descubriendo placas o denominando calles en su honor; en Zamora, un seguidor suyo, el novelista Vicente Blasco Ibáñez, tuvo también su rótulo en el nomenclátor de la ciudad, en la actual avenida de Portugal. Sin embargo, fue el pueblo quien mejor honró su memoria, puesto que con esmero, abrirían numerosas escuelas libres, en todo el territorio nacional que funcionarían autofinanciándose hasta el fin de la Guerra Civil, siguiendo las ideas ferreristas, consolidando un sistema educativo alternativo y popular, diametralmente diferenciado de la enseñanza estatal o de las órdenes religiosas.

Sus técnicas didácticas fueron adoptadas por el conjunto del movimiento libertario, quienes mantendrían bastantes escuelas donde desarrollaron sus propuestas; algunas pasarían a la historia de la educación: la Escuela Natura “La Farigola” del Clot, bajo la dirección de Joan Puig Elías; la gijonesa Escuela Neutra, del educador Eleuterio Quintanilla; la colonias escolares en el campo levantino, del maestro Higinio Noja Ruiz; o los grupos infantiles de Edgardo Ricetti (Sabadell), Antonia Maymón, y del ácrata andaluz José Sánchez Rosa. Incluso, su influencia traspasó nuestras fronteras, llegando a colegios de Norteamérica, Argentina, Brasil o Francia; y hasta tuvo fervientes admiradores en Oriente, siendo sus ideas introducidas por el afamado escritor chino Ba Jin.

Tal fue el prestigio de este modelo instructivo integral, que durante una visita de Albert Einstein en 1923 a Barcelona, el científico visitó un centro del sindicato CNT, entrevistándose con el libertario leonés Ángel Pestaña, y aprovechó para aconsejar en aspectos culturales a los obreros presentes.

En la provincia, tenemos constancia de la sincera petición de libros y publicaciones, en las páginas del semanario “¡Campo Libre!”, por parte de cenetistas de Losacio de Alba, probablemente para intentar crear una biblioteca popular en la localidad, en el año 1936.

Por supuesto, fueron unas experiencias producto de su época, con demasiadas limitaciones, y realizadas dentro de una sociedad opuesta a la actual; pero para el investigador crítico, resulta difícil no dejarse seducir por unos idealistas, que consiguieron algo inimaginable hoy: hacer de nuestro país todo un referente en pedagogía. Su actitud fue, cuanto menos elogiable; y considero, que sus propuestas siguen siendo dignas de estudio para cualquier docente con inquietudes pedagógicas.

Problemas crónicos de la educación en nuestros días, como la falta de motivación, el déficit de medios e inversión, la burocracia, un mal planteado bilingüismo (impartir todo en inglés), un ilógico sistema de oposiciones, el excesivo individualismo y rivalidad, o los ratios altos; intentaron ser solucionados por aquellos originales docentes, que además imaginaron un modelo educativo muy diferente al que hoy conocemos.

Cooperar, no competir; principio también idóneo en estos momentos. Y la libertad, el bien más preciado. Cuando nuestro país fue la envidia de todos, por su educación innovadora.

   Carlos Coca Durán

 

Artículo publicado en LA OPINIÓN -EL CORREO DE ZAMORA, en el dominical del 3 de enero de 2021, pp. 1-3.

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