Campesinos y Via Crucis: dos romances proletarios de Victoriano Crémer

 

Victoriano Crémer Alonso (Burgos, 1907 – León, 2009) fue un «obrero de la palabra»[1], como lo define el periodista leonés Félix Pacho Reyero: prensa, teatro, novela y, sobre todo, poesía. Su vida y obra son bastante conocidas, puesto que han sido tratadas por diversos especialistas y por el propio Crémer, quien aporta información autobiográfica en muchos de sus trabajos. No obstante, todavía quedan asuntos por esclarecer y escritos por descubrir y editar, en especial de su juventud; tarea ésta magníficamente emprendida por Ignacio C. Soriano en el trabajo Victoriano Crémer Alonso: en el anarquismo y otros caminos (2014).

Hijo mayor de una familia humilde, con ocho años tuvo que vender periódicos, voceando El Castellano por las calles de Burgos; aun así, pudo cursar los primeros estudios con los maristas. La madre era hija de campesinos de Villadiego (Burgos) y su padre trabajaba de carrero de la Fábrica de Gas, aunque pronto logró un puesto en la Compañía de Ferrocarriles del Norte de España, por lo que se marcharon a Bilbao y, más tarde, a León, donde al final se asentaron[2]. Esta fue la ciudad del poeta hasta el fin de sus días.

Tras pasar por varios trabajos, a los dieciséis años logró un puesto de aprendiz de cajista en la tipografía de la Imprenta Moderna, donde años después llegaría a ser regente de taller. Aquí asomaron las inquietudes literarias y sociales del joven Crémer. En 1924 vieron la luz sus dos primeros poemas en la revista berciana El Templario[3], y tres años más tarde publicaría unos cuantos más en el semanario La Crónica de León, editado en Imprenta Moderna. Comenzó entonces a colaborar intensamente con el poeta leonés Francisco Pérez Herrero, con quien publicó al alimón el poemario romántico y posmodernista Tendiendo el vuelo(1928) y tres obras de teatro[4].

En la misma imprenta se adhirió a la UGT, a la que pertenecía todo el gremio, sin su carnet no era posible obtener el permiso sindical para trabajar[5]. Sin embargo, nuestro hombre se acerca poco después al anarquismo y al anarcosindicalismo, hecho constatable al menos desde el otoño de 1930, iniciado el proceso político aperturista y de legalización de la CNT tras la Dictadura de Primo de Rivera, cuando empieza a colaborar en cabeceras confederales como ¡Despertad! de Vigo, Solidaridad Obrera de Barcelona y, principalmente, Solidaridad Obrera de La Coruña[6]

Alejado de los temas y el estilo del comienzo, el problema social estuvo muy presente en la producción literaria de Crémer de esta segunda etapa y en la que desarrolló a continuación en los albores de la revista Espadaña, ya durante el franquismo. Buen conocedor de la difícil situación de las clases populares españolas y de sus aspiraciones revolucionarias, se convirtió en un literato más de esa fructífera generación de escritores que se sintieron atraídos por la literatura social de la década de 1930. En este sentido, el filólogo leonés José Enrique Martínez afirmó: «El punto clave de la poesía de Crémer: la vida humana es una vida en sociedad. Si la consideración inmanente de la vida conducía al poeta a amargas reflexiones, la meditación sobre las relaciones sociales le lleva a ver la corrupción y la injusticia».[7]

Salvo algunas excepciones[8], la prensa, esencialmente obrera, fue el canal elegido por Crémer durante estos años para publicar más de un centenar de textos, entre ellos los dos que nos van a ocupar. La importancia de la prensa como instrumento de transmisión de ideas, en la década de 1930, fue una innegable realidad cultural en España y, por ello, las organizaciones libertarias procuraron gestionar sus propias cabeceras con una gran tirada. No en vano, el hispanista británico Gerald Brenan llegó a afirmar que un numeroso sector de la población española «obtiene su alimento intelectual en los periódicos».[9]

La narración breve «Via Crucis» y el poema Campesinos, recuperados para el presente artículo, se pueden englobar en esa literatura social y revolucionaria por la que el autor discurrió durante su segunda etapa artística. «Via Crucis» (Romance proletario) fue compuesto durante los meses posteriores a la revuelta de Casas Viejas, acontecida en enero de 1933 y marcada a fuego en la memoria libertaria. La brutal represión ocurrida en la aldea gaditana contra los jornaleros y sus familias conmovió a la sociedad española de la época. Escritores, periodistas y militantes sindicales denunciaron las atrocidades sufridas por los obreros agrícolas sometidos por las fuerzas del orden público. Ramón J. Sender, en su crónica sobre los sucesos Viaje a la aldea del crimen (1934), redactaría: 

La razzia no había terminado aún. El pueblo estaba sumido en el horror y el espanto. Las fuerzas continuaban registrando hogares y llevándose a los jóvenes o a los viejos, según la inspiración del momento. Los alrededores de la choza de Seisdedos se poblaban de nuevas sombras: esposas, madres, hijas. Los hombres no se atrevían a salir, porque hacían fuego sobre ellos en cuanto veían alguno por la calle.


En total, veintiocho campesinos perdieron la vida. Y a ellos se dirige la dedicatoria que encabeza «Via Crucis». No obstante, este primer éxito literario de Crémer tiene como trasfondo la conocida popularmente como «ley de fugas»[10], ejecución paralegal consistente en el tiro por la espalda so pretexto de huida de los detenidos, que tantos estragos causó en el sindicalismo durante los primeros años 20, sobre todo en Barcelona. Escrito en una prosa poética sólida y bien acabada (el subtítulo obedece a la estrofa final de un romance cantado por niños), está dividido en cinco partes. Aparece en escena una barriada exultante por el triunfo de sus vecinos en una huelga, en contraste con la tristeza de uno de los miembros de su comisión, un anarquista llamado Ricardo, abandonado por su pareja para marcharse con otro. Mientras la gente pasa la noche en fiesta, tres policías irrumpen en su casa y, ante los ojos de su madre, se lo llevan detenido.

El cuento-denuncia fue presentado a un concurso de «cuentos proletarios» organizado por el diario madrileño La Tierra, en cuyas páginas confluían plumas republicanas de extrema izquierda con anarquistas y anarcosindicalistas, y desde donde se venía haciendo una dura campaña contra el Gobierno de la República por la lentitud de las reformas económicas y sociales, más intensa si cabe a partir de la funesta actuación de la guardia civil y la guardia de asalto en la masacre de Casas Viejas. Resultó ganador entre casi 700 candidatos, por lo que recibió un premio de 300 pesetas y fue publicado el 21 de agosto de 1933 (se reprodujo también el 2 de septiembre en Solidaridad Obrera de La Coruña y el 14 de octubre en En Marcha, de Tenerife). También le abrió las puertas del periódico, al que mandaría unos cuantos escritos más hasta el verano de 1934. La otra cara de la moneda es que el cuento le supuso la apertura de un expediente militar, declarado finalmente nulo gracias a la defensa de Crémer ante el tribunal por parte del capitán Juan Rodríguez Lozano, abuelo del expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero[11].

Por otro lado, Crémer participó desde 1934 en el Ateneo Obrero de León, fundado en los años 20, ejerciendo de secretario de la Junta Directiva. A diferencia del Ateneo de Divulgación Social leonés, de marcado carácter anarquista, era un organismo abierto a distintas tendencias: liberal, republicana, socialista, comunista y también libertaria. Ese año empiezan a editar la Revista del Ateneo Obrero de León (más tarde Ateneo, a secas), de la que el poeta será coordinador oficioso y colaborador habitual[12]

En su número cuarto, publicación correspondiente a febrero de 1935, vio la luz el romance Campesinos. La revista leonesa regresaba tras unos meses sin salir (el anterior número fue de septiembre del 34), probablemente debido a la suspensión de las garantías constitucionales y la clausura de numerosos periódicos obreristas y de izquierdas tras los sucesos revolucionarios de octubre de 1934. Es interesante señalar que, previo al título del poema, existe el epígrafe «Romance proletario», denominación idéntica a la que figura en su relato «Via Crucis», aunque en este caso sí es un poema formado por versos octosílabos y con rima asonante en los pares.

En él, Crémer refleja el durísimo contexto vital del campesino español en la década de 1930, relatando una historia sobre la cotidianeidad de un grupo de labriegos que finalmente se ven abocados a robar para sobrevivir a causa del hambre, motivo por el cual son detenidos. Cita en varias ocasiones el topónimo «de Campos», que puede identificarse con la comarca natural de Tierra de Campos, región cerealista localizada en parte de las provincias de León, Zamora, Valladolid y Palencia.

Destacamos varios de los componentes del poema: el campesinado terracampino, protagonista absoluto de los versos; su antagonista, la Guardia Civil, como institución represora al interés de los poderosos, que finalmente detiene a los sufridos campesinos –una simbología muy lorquiana–; los abundantes elementos agrícolas y del mundo del trabajo en el campo (surcos, tierra, lar, estepa, choza, etc.); las figuras iconoclastas y antirreligiosas (ciego dolmen, dios bárbaro, hiel y espinas, milagro) invocando a un Dios que no hace justicia; y, para terminar, el léxico relacionado con el fatal contexto represivo (tricornios, fusiles, galeras, maniatados…), tan frecuente en la literatura periférica y obrera del primer tercio del siglo XX. Se justifican así las inquietudes de un poeta «apasionado y violento»[13], convertido en portavoz de las miserias de la clase trabajadora.

Capta asimismo la austeridad del campesinado terracampino y los sobrios paisajes que ya habían cautivado a hispanistas y viajeros durante las tres primeras décadas del siglo pasado. El escritor sefardita norteamericano Waldo Frank escribió así su experiencia en cualquier pueblo castellano: «Pasan cabras lanudas balanceando las ubres jugosas, y burros con hombres y mujeres hieráticos sobre las ancas […]En la fonda el pan es duro y áspero hasta herir la boca, y el café un cocimiento gris y desabrido».[14]

Ciertamente, es muy simbólico que el contexto espacial sea la Tierra de Campos, comarca geográficamente muy próxima al poeta, donde existía un numeroso colectivo jornalero y un considerable asociacionismo agrícola –incipiente desde las huelgas de 1904– con varias localidades donde el modelo sindical de CNT tenía presencia[15] (Villalpando, Medina de Rioseco, Valderas o Aguilar de Campos), así como grupos adheridos a la FAI. Por ejemplo, en la primavera del 34 se produce el asalto a una panera privada en Villalpando, que tuvo por consecuencia el encarcelamiento de varios obreros, entre ellos algunos de los líderes anarquistas de la localidad[16]. El fin de la vida de estos expropiadores terracampinos fue trágico: presos en el penal de Burgos, no pudieron beneficiarse de la amnistía de febrero de 1936 y sólo lograron salir cuando, en verano de 1936, fueron sacados por falangistas para ser fusilados.

Victoriano Crémer simpatizaba con el sector más moderado de la CNT y escribió en cabeceras como el periódico valenciano treintista El Combate Sindicalista o el semanario coruñés La Calle, vinculado al Partido Sindicalista de Ángel Pestaña, cuya agrupación leonesa ayudó a conformar pocos meses antes del golpe de Estado de julio de 1936, ocupando una de sus vocalías. 

Tras el triunfo de la militarada fue detenido y encerrado en el convento de San Marcos y más tarde en Puerta Castillo, de donde fue liberado a finales de 1937 a cambio de ayudar a instalar los talleres del periódico del Movimiento en León, Proa, del que fue nombrado jefe de talleres y en cuyas páginas verían la luz algunos de sus trabajos. Aun así, en enero de 1946 tuvo el arrojo de publicar en el suplemento del número 20 de la revista de poesía Espadaña, de la que era cofundador, su célebre Fábula de B.D., dedicada a Buenaventura Durruti y editada poco después en el libro de poemas Caminos de mi sangre(1947)[17].

 

Reproducimos a continuación ambos romances proletarios, respetando la forma de su primera edición.



VIA CRUCIS 

(Romance proletario)

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A VOSOTROS, SÍMBOLOS CALCINADOS EN CASAS VIEJAS; A TODOS LOS QUE BESASTEIS, CON BESO DE SANGRE, LA TIERRA ESPAÑOLA, OS LO OFRENDO

Domingo de Ramos

Brilla la barriada, en la noche caliginosa, como una amplia trenza de farolillos, de risas y de bullicios.

La luna—empolvada y sonriente— baña en su claridad la multitud bulliciosa y uniforme que allá, en el túnel de la barriada, se agita vociferante.

Chiquillos sucios y enclenques, de mirada febril y ansias insaciables. Mujeres sarmentosas, heroicas y vulgares. Hombres renegridos, de amplio tórax y manos callosas.

Todos en un compacto y apretado haz de cuerpos y de espíritus. Las manos, en un aplauso glorificador. Las almas, abiertas, anhelantes, dichosas.

La huelga dio fin. Terminaron las inquietudes y las zozobras. La estrechez miserable se suaviza. Los ánimos, sobreexcitados, se aquietan. Y en los cuerpos se afloja la tensión violenta de los músculos, prestos a la lucha.

La huelga dio fin. Allá viene —presidida por el compañero Ricardo— la Comisión zanjadora del conflicto, al que la sórdida avaricia de una Empresa arrojara a los laboriosos habitantes de la barriada.

Y en aquella hora de triunfo, la barriada es un formidable trueno de aplausos y vítores, que chocan contra las paredes y suben a lo alto en rudo homenaje.

El haz apretado se desliga, se expande.
Y grita. Y ríe. Y canta. Y Juega.
La barriada está en fiesta. Una fiesta roja de exaltación y triunfo. La barriada vibra,

tiembla en clamores.
Y la luna—empolvada y estúpida— mira impasible, moviendo su redondez con la 
fatalista pesadez de lo obligado.

¡Este es el hombre!

Es moreno y pálido. Anarquista. Sencillo sin menoscabo. Triste y cariñoso. Sobre su vida se cierne un dramático cendal que las sencillas gentes de la barriada gustan de descorrer. Él rehúsa hablar de ello, sabe que en las almas sin repliegues de sus convecinos ha cuajado la historia con ribetes de folletín. Y le duele. Él la quiso ampliamente. Totalmente. Se abrió a ella como una flor, dándola por entero todos sus colores, todos sus perfumes. Un día huyó de su lado, acogida bajo el alón fanfarrón y gallofo. Y él la supo disculpar. Y la espera. Culpa de su degradación a la sociedad capitalista, que obliga a las mujeres a venderse. Y ni un reproche para ella. Ni una palabra de condenación para el que la robó. Nada. Perdona y espera. Cariñoso y triste. Repartiendo todo su inmenso amor entre el recuerdo, su madre vieja y sus hermanos de trabajo y miseria.

El prendimiento

La viejecita se mueve radiante. Él lee, recogido y triste.

En la calle, una algarabía bulliciosa y jocunda. Llega a la cocina, tibia y limpia, la trenza de los vítores.

La viejecita se transfigura y envuelve al hijo de su amor en una mirada amplia, acariciante. Él lee, recogido y triste. ............................................................................................................... ............

Llaman. El suave silencio se rompe.
La viejecita va a abrir, apresurada, con infantil ligereza.
Penetran tres hombres. Es decir, dos. Uno de ellos queda a la puerta, como 
vigilando.

La abierta sonrisa de la viejecita se ha petrificado.

Son altos, ceñudos y de mirar desconfiado.
Ven a Ricardo, que ha levantado la mirada del libro, y a él se dirigen. 

—¿Qué desean de mí?...
Callan. Muestran una placa policial.
—Síganos.
—¿Yo?... ¿Por qué?... ¿Adónde?...
La madre ha corrido hacia el hijo y le abraza enfebrecida.
—¡Hijo!... ¡Socorro!... ¡Hijo mío!... ¡Me lo llevan!
—¡Silencio!... —y la mano adusta tiene un gesto amenazador.
De la calle sube un incienso de gritos jubilosos.

La calle de la Amargura

Abajo, trepidante, aguarda un automóvil. En su torno ve más figuras adustas, expectantes; altas y ceñudas y de mirar desconfiado.

Le empujan dentro con feroz ahínco, y el coche emprende una marcha lenta, entre los rugidos del claxon y Ios improperios de la multitud bulliciosa, que se ve interrumpida por algo tan simbólicamente burgués como un automóvil.

Ricardo, dentro, esposado, asaetado por la dura mirada de sus dos acompañantes, ve desfilar, al amarillento reflejo de las bombillas eléctricas, todo el cortejo alucinante de los compañeros en fiesta.

Miran pasar el coche con un gesto despectivo. Sin sospechar que en su vientre se encierra una monstruosa duda. Ríen. Cantan. Y, martilleante, llega a los oídos del detenido el ¡viva! jubiloso.

Mira hacia atrás por el cristal trasero.

Dos manos nulas le obligan. Él sonríe. Tan sólo quería adivinar, entre la bruma, la lucecita ensangrentada de la cocinita tibia y limpia, donde quedó la viejecita vigilada, ahogando los hondos sollozos por temor a la amenaza brutal e inhumana.page7image58755728 page7image58758016

Y se abisma en hondas cavilaciones. Viendo, a través de los cristales empañados y a la turbia claridad eléctrica, las figuras desmesuradas y alucinadoras de los compañeros en fiesta.

«Consumatum est»

—¿Adónde me llevan?

Ha sido arrojado del automóvil. Los dos hombres ceñudos han bajado tras él. Los faros potentes han recogido la blanca serpentina de su luz.

La campiña ensombrecida se abre ante ellos como una inmensa caja vacía. En lo alto, la luna —empolvada y estúpida— aún sonríe. Las estrellas juegan a esconderse entre el algodón de las nubes. Y el silencio, espeso, profundo, tapona los ojos...

Marcha entre ellos. Con la horrible incertidumbre clavada en el alma. Hendiendo las sombras sin ver nada, nada... En su cerebro se reproducen las figuras agitadas de sus compañeros en fiesta, y le golpean los gritos jubilosos y los vivas entusiastas. El silencio se hace menos profundo.

Andan. Andan. De pronto:
—¡Siga adelante!...
Un trallazo de luz cruza su frente. Las manos, fuertemente esposadas, se crispan.

—¡No!... ¡No!...
Unos pasos atrás. El ris-rás de las pistolas al montarse.
Uno, Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis estampidos secos, rotundos.
Y la figura esposada se retuerce en estremecimientos agónicos.
A lo lejos parecen escucharse músicas y cánticos de júbilo.
En los ojos del esposado caído se han clavado dos rayos de luna, como dos 
navajas. ......................................................................................................................... .......................... ............................................................................................................ .......................................

Trenza de niños. Rueda de almas blancas. Luna; Luna. Luna clara. Las estrellas acompañan, con palmoteos de luces amarillas, el canto de los niños.

Por la espalda le mataron

 en los campos de León. 

Cuatro cuchillos de luna

tenía en el corazón...

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CAMPESINOS

 (Romance proletario)

..... Allá van los campesinos 

de Campos ...


En el bronce de sus rostros, 

duros arados trazaron

broncas simas de pesares,

indelebles garabatos. 

Surcos de hiel en las carnes

cauterizadas con llanto...


Vencido se trunca el torso

 como roble desgajado 

y se crispan iracundas

 las promesas de sus manos, 

en una estéril porfía, 

faltas de pan y trabajo.


Tiembla en su mirada toda 

un afán jamás logrado,

que le abrasa como fuego

las entrañas, cuando andando,

deja tras de sí la estepa

 del ámbito castellano.


¿A dónde va el campesino 

de Campos ...?


Fuego de sol en los ojos; 

tierra sin agua en las manos,

hacia caminos perdidos 

en confines ignorados...


Tras él la choza bosteza,

— ciego dolmen a un dios bárbaro —

 falto el lar del tronco rojo,

sobrecogida en el agro.


¡Ay, qué en el lar faltó el fuego

 en los inviernos cerrados!...

¡Ay, qué en la tierra morena

aves sin rumbo clavaron 

su rapacidad siniestra...


¡Ay, la tierra tiene amos...!


Y se van los campesinos

en busca de nuevos campos

 — ruta de hiel y de espinas 

regada con sangre y llanto —.


Secas mujeres, talladas, 

gimen lamentos amargos,

mientras el recio labriego 

frunce el ceño encapotado 

y los niños se sonríen 

— futura luz de milagro — 

iluminando la estepa 

del ámbito castellano.


¿Qué se hicieron los campesinos 

de Campos...?


¿Qué se hicieron, que lo llevan, 

por parejas, maniatados,

como ladrones sin patria

o galera de forzados...?


La luz de los ojos duros 

miran muy bajo, muy bajo... 

como queriendo en la tierra

arrinconar su fracaso.


En su caminar sin rumbo 

tuvieron hambre... y robaron.

¡Por sus pálidas mujeres!... 

¡Por sus hijos sin amparo!...


Y el brillo de los tricornios 

borra en flor todo alegato.

Las bocas de los fusiles 

miran, ciegas, a lo alto.


Y allá van los campesinos, 

por parejas, maniatados, 

como ladrones sin patria

o galera de forzados.


Y sedienta y sin amor, 

grita la tierra el halago

fecundo del campesino,

del campesino de Campos..... 

 



[1] PACHO REYERO, Félix (2008). Victoriano Crémer: el periodista. León: Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, p. 23.

[2] MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique (1991). Victoriano Crémer: el hombre y el escritor. León: Ayto. de León, pp. 23-26.

[3] BALBOA DE PAZ, José Antonio. “Crémer, incómodo para el poder. Con viento fresco”, Diario de León, 29 de junio de 2009. Disponible en línea en: <https://www.diariodeleon.es/opinion/tribunas/90629/978834/cremer-incomodo.html> (Consultado el 4 de febrero de 2024).

[4] PACHO REYERO, Félix (2008). Victoriano Crémer… Op. cit., pp. 36 y ss. 

[5] CRÉMER ALONSO, Victoriano (1980). El libro de San Marcos. León: Nebrija, p. 118.

[6] SORIANO JIMÉNEZ, Ignacio C. (2014). Victoriano Crémer Alonso: en el anarquismo y otros caminos. Burgos: Dossoles, pp, 13-14.

[7] MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique (1991). Victoriano Crémer… Op. cit., p. 349.

[8] Nos referimos al cuento Invierno (1934), publicado por la editorial madrileña Vida y Trabajo, en un folleto compartido con El porvenir de nuestros hijos de Élisée Reclus, y al poema Romance de Octubre (el poema de Asturias), escrito junto con el maestro y poeta Manuel González Linacero y anunciado como próxima edición en la prensa de comienzos de 1936. En: SORIANO JIMÉNEZ, Ignacio C. (2014). Victoriano… Op. cit., pp. 233 y 242.

[9] BRENAN, Gerald (1986). Historia de la literatura española. Barcelona: Editorial Crítica, p. 429.

[10] V. “Carta de Victoriano Crémer Alonso”, La Tierra, 22 de agosto de 1933, Madrid, p. 4.

[11] SORIANO JIMÉNEZ, Ignacio C. (2014). Victoriano… Op. cit., p. 198.

[12] Ibidem, pp. 223-224; MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique (1991). Victoriano Crémer… Op. cit., p. 31.

[13] VALBUENA, Ángel y DEL SAZ, Agustín (1986). Historia de literatura española e hispano-americana. Barcelona: Editorial Juventud, p. 319.

[14] FRANK, Waldo (1930). España virgen. Escenas del drama espiritual de un gran pueblo. Madrid: Revista de Occidente, p. 12.

[15] ÁLVAREZ OBLANCA, Wenceslao (coord.) (1993). Historia del anarquismo leonés. León: Santiago García editor.

[16] “Tragedias rurales. Villalpando”, ¡Campo Libre! Semanario de los trabajadores del campo, 9 de mayo de 1936, Madrid, p. 3.

[17] MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique (1991). Victoriano Crémer… Op. cit., p. 170.



Artículo publicado en Humanitat Nova. Revista de Cultures Llibertàries (Mallorca), ISSN 2529‐9948, número 9 (año 2024), pp. 36‐49.   Más tarde, sería reproducido en el portal 'Ser Histórico' (ISSN 2462-6716), en dos partes.

Autores:  Sergio Giménez García (profesor de Historia)  y  Carlos Coca Durán (profesor de Literatura).

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