PATRIMONIO CULTURAL EN EL RÍO DUERO A SU PASO POR ZAMORA
Descubrir lo que nos enseña el cauce del río Duero en la ciudad de Zamora, se convierte en un bello ejercicio cultural al alcance de todos. El fuerte estiaje del presente verano, facilita además contemplar diferentes rincones en el Duero que a lo largo del año son más difíciles de percibir. Propongo por ello, una deliciosa visita por ambas márgenes que nos ayudarán a conocer más: la naturaleza, usos tradicionales y los parajes de nuestro querido río.
El Duero es el eje vertebrador de la
ciudad, todo gira alrededor de él, es nuestro lugar de
entretenimiento y lo fue también de trabajo. Los antiquísimos
historiadores árabes lo ennoblecían escribiendo de Zamora que era
la “abundante en árboles”,
situada “a la orilla de un
gran río, de aguas rugientes que posee gran caudal, curso rápido y
lecho profundo”.
Un buen lugar para comenzar el
recorrido, es el paseo de los Tres Árboles, a la altura de Las
Pallas, sitio en el cual se
han encontrado abundantes restos arqueológicos de la Edad del Cobre,
junto al puente de los Tres Árboles, existen dos islas conocidas
hasta hace unas décadas como Islas
de Mielgo (hoy
Las Pallas),
a
ambas se puede acceder, siendo una de ellas utilizada por el Club
Naútico. En el siglo X este era el paso natural del Duero,
consecuencia de la poca profundidad de sus aguas, llamado El
Vado de Don García,
cercano a él se situaban el azud y aceñas de Santo
Domingo del Vado, cuyos
restos de la presa Enrique Fernández Prieto indicó apleciar durante
el estío de 1989. Este lugar está cargado de historia, allí a
finales del siglo XIX se contruyó la primera central elevadora de
aguas para el abastecimiento público de la ciudad, y en esa misma
centuria se procedió a desecar el arroyo de Lagarteros,
regato que aprovechaba la depresión natural de la actual calle de la
Amargura para descender por ella hasta el Prado Tuerto y la calle de
la Peña de Francia, desembocando en el río no lejos de la ermita con
el mismo nombre. Por último, en este bonito paraje, existía una
zona de baños hasta hace solo unas décadas, y aprovechando la toma
de aguas descrita, se instaló en sus inicios un lavadero de ropas de
agua caliente.
Aguas
abajo, otras dos islas, hoy denominadas Bañaderos
y de los
Antropófagos,
anteriormente Islas
de Colacho,
un auténtico vergel natural de abundantísimos arbóles (chopos,
fresnos o sauces), también gracias a la no existencia de una
pasarela para acceder a ellas fácilmente, sirven como lugar de cría
de numerosas aves. Antiguamente esto eran las fértiles huertas del
desaparecido convento de San Benito, algunos sillares del mismo se
utilizaron como bancos y fuentes de este paseo ribereño.
En
el mismo tramo pero en la margen izquierda, desagua el regato Reguero
y un poco más abajo están la fuente de Dornajo
y las aceñas de Pinilla; partiendo su presa de la margen derecha,
corta oblícuamente las aguas, hasta llegar a estos tres molinos,
originariamente propiedad del cabildo catedralicio convertidos ahora
en un establecimiento hostelero.
Las
aceñas de Pinilla son el balcón ideal para contemplar los dos
puentes de estructura metálica que cruzan la ciudad, uno en desuso
para el ferrocarril y el otro es el Puente
de Hierro
por el cual volvemos a la margen derecha, tras caminar un poco por
esta orilla, apreciamos varias pequeñas islas cubiertas de
vegetación y también nos toparemos con los restos del último
recinto amurallado, cuya parte superior ocupa la avenida del Mengue.
Estamos en la Puebla
del Valle
o Barrios Bajos, la zona por excelencia de los oficios artesanales
del medievo y de la aljama judía, el nomenclator nos anuncia los
trabajos manuales de sus antiguos pobladores: Tenerías,
Carpilleros, Zapatería, Alfamareros, Caldereros, Manteca, Plata,
etc., igualmente es la barriada del mercado medieval donde el pescado
del Duero era vendido (Ladero Quesada menciona a bogas, barbos,
anguilas y truchas); las aguas del río en este tramo solían estar
coloreadas por los productos usados por los tintores y curtidores,
entre los que destacaba el zumaque, tanto que las normas del concejo
indicaban a los aguadores que solo podrían coger agua para beber “de
encima de la açuda de la Puerta Nueva”. Junto al paseo encontramos
dos puertas en la muralla, la primera observada es el portillo
de Toro,
cubierto en la actualidad de maleza y reutilizado como desagüe,
sobre el cual Hortensia Larrén describe “todavía
son perceptibles los salmeres y terceras dovelas de una entrada
simple de traza tardogótica”;
más adelante, está tapiada la puerta
del Tajamar
(conocida también como del
Mercado
o del Río)
esta
entrada es divisable ya en el dibujo de las vistas de la ciudad
realizado por Anton van den Wyngaerde en 1570, llamará la atención
al paseante la rampa de acceso empedrada (contruída en 1512, según
Fuencisla García Casar), coronada por el tajamar que le da el
nombre, tenía el objeto de salvaguardar al portón de las frecuentes
avenidas del río. Esta desconocida puerta, junto al portillo
de Toro, estimo
deberían ser publicitadas adecuadamente como reclamo turístico, o
para el simple disfrute de todos los zamoranos, ante semejante y
olvidado patrimonio monumental próximo. Las murallas tenían un
claro componente defensivo, pero en el caso de Zamora, en este tramo,
también servían para proteger a la ciudad de las temibles riadas.
Cercano al Duero estarían los baños públicos que Alfonso III
ordenó construir, probablemente en las inmediaciones de la actual
calle Baños; por último, hoy desaparecida, cercana al Puente de
Piedra estaba la puerta
de Ollas, frente
a ella contemplamos una isla de grandes proporciones, la
isla del Puente o
de Los Conejos,
debido
a que hace años su dueño criaba allí estos animales.
El
imponente Puente de Piedra que dislumbramos en nuestros días ha sido
muy modificado en las diferentes centuarias; eliminadas sus dos
torres defensivas, así como la puerta de entrada a la muralla, la
imaginación nos llevará a soñar con las geometrías que pudo tener
el paso por excelencia de nuestro río. El puente es un buen sitio
para cruzar a las aceñas de Cabañales (llamadas también de
Requejo,
de Tejares,
o del puente nuevo),
estas aceñas con orígen en el siglo XI, se componen de cuatro
edificios, una calzada de acceso y un azud que nace en el otro margen
a la altura del puente del ferrocarril; dos de sus molinos, eran
llamados a mediados del siglo XVII, La
Perdigona y
Açeña del Sol.
Aguas arriba, me gustaría señalar otro pequeño afluente que
desembocaba cercano a las aceñas, llevaba el sugerente topónimo de
arroyo Morisco del
cual queda solo un pequeño puente de fines del siglo XVIII
semisoterrado, El
Puentico,
en el camino con el mismo nombre. Aguas abajo, se levanta el
majestuoso edificio del convento de San Francisco Extraponte, su
bodega monacal merece si hay oportunidad una pausada visita,
aprovechado ahora por la Fundación Rei Afonso Henriques.
Retornando
a la margen derecha, aledaño al puente, el Duero nos advierte de sus
peligros pues sumergida hay una sima, el hoyo
de San Simón.
A continuación, por las Peñas
de Santa Marta
observamos las ruinas del puente viejo, lo cual nos hace recordar las
teorías de investigadores como Ursicino Álvarez, Cesáreo Fernández
Duro o Miguel Ángel Mateos quienes defendían que durante tres
siglos Zamora careció de puente hasta la construcción del Puente de
Piedra. Los restos del puente viejo, una serie de peñones, tienen
cada uno un nombre; un gran estudioso de la toponimia local, Pedro
Gómez Turiel, me indica como los nombran los vecinos: Peñón
Grande,
Peñón Pequeño,
la Meseta,
la Pared
y la Verdera.
Llegamos a las aceñas de Olivares, el obispado fue el propietario de
las mismas, en uno de sus edificios, La
Rubisca,
en la parte superior de su tajamar, hay labrado en piedra un cordero
pascual, cuando
el agua se acercaba al relieve se decía: “el
cordero tiene sed”
y en una de sus últimas crecidas en 1948, el agua llegó hasta sus
patas.
En el paraje contemplamos algunas barcas de recreo, rememorando el
pasado pescador de varias familias del barrio. Interesante reflejar
que hubo también en el siglo XIX otro servicio de barcos para pasear
por el Duero, partían de la Isla
de Mielgo, según
recogía en su libro Eduardo J. Pérez. Una anécdota relativa a la
utilización de las barcas ocurrió en 1883, ese año se cerró el
Puente de Piedra, debido a unas importantes reparaciones en sus
arcos, siendo necesario buscar alguna forma para poder vadear el río,
a causa de ello se fletó una embarcación de gran tamaño, apta para
pasar varios carros de bueyes, su embarcadero se situaba entre los
arrabales de San Frontis y Olivares. Las aceñas de Olivares
sirvieron para la molienda de cereal, la pesca y el lavado de paños
o pieles; en esa misma margen derecha, consecuencia del remanso de
agua al salir de los canales del molino, se formaba un extenso
arenal, constantemente regado, aprovechado por ello a modo de
cespedera para el pasto de los animales, que generaba unas rentas
extra.
Olivares
es un peculiar topónimo, María Luisa Bueno Domínguez, en su libro
“Zamora en el siglo X”, refleja que en la Alta Edad Media crecían
allí olivos y una parte de la población se dedicaría a la
elaboración de aceite. Sánchez Albornoz describe a Zamora como el
lugar de procedencia de la mayor parte del aceite consumido en León
en aquella época. Era el barrio alfarero, su famosíma cerámica
hizo de esta industria otra importante fuente de ingresos; leemos en
1887 a los fabricantes de loza solicitar al ayuntamiento un punto
extraer el barro necesario para su trabajo, la corporación señaló
las laderas del bosque de Valorio como el lugar más apropiado para
esta tarea. Los hornos de panadería de este antiquísimo arrabal
eran otra de las actividades más arraigadas, así como las tenerías,
vestigio de ello es la denominación de la orilla opuesta, la playa
de los Pelambres, en
recuerdo de este trabajo efectuado por los peleteros.
El
arroyo de Valderrey
o de Valorio, parque
al cual el poeta Agustín García Calvo dedicó algunos de los versos
más bellos que se han escrito a un bosque, desagua al final del
barrio de Olivares; a partir de este punto, pasamos el Puente de los
Poetas apreciando la Isla
del Barquero
y siguiendo esta margen derecha empezamos a caminar por varios de los
parajes naturales más desconocidos, agrestes e interesantes de la
ciudad. Siguiendo la senda del río tomamos el camino de Gijón,
poblado
de muchos árboles de ribera y sorprende la abundancia de la
chumbera, una planta termófila. Lugar ameno y de gran belleza
presente en la portada de la revista “Zamora ilustrada” de 19 de
julio de 1882, la cual cita “aquel
sitio es uno de los más agradables de las afueras de la ciudad y
merece tener un lugar entre los buenos paisajes de Zamora”;
al final de este pintoresco paseo están las ruinas de las aceñas
de Gijón
en una isla, a la cual se accede por un viejo puente. Se conservan
los tajamares, cárcavas y restos de la planta baja de los cinco
edificios, la presa o azuda que dirige las aguas, así como el cañal
o pesquera de considerables dimensiones. Gómez Moreno encontró ya
referencia del lugar en un testamento de 1242 que citaba “una viña
en Xexón”.
Aldeaño está su caserío, coronada su entrada por un bonito reloj
de sol, trabajado en un bloque de piedra arenisca, fechado en 1855.
Es tierra de molineros, hortelanos y pescadores, acompañados siempre
de esforzados cormoranes, magestuosas garzas y simpáticos ánades
que navegan entre sus corrientes.
Seguiremos
nuestro cultural paseo dejando atrás la Cárcel concordataria de
Zamora, poco más adelante desemboca del arroyo
de Guimaré, y
antes de comenzar la cuesta de la Barrosa, sale un camino hacia la
izquierda, es el camino
de La Aldea
o de Los Pisones,
la etimología anuncia lo que vamos a encontrarnos, unos molinos
relacionados con la industria textil. Estamos en las aceñas
de Los Pisones, formadas
por cuatro cuerpos, unidos a través de una pasarela que culmina en
un canal de pesca en el que muere un largo azud de 325 metros de
longitud. El acceso a la aceña es a través de un puente, en el que
aún podemos ver los carriles metálicos, por el cual circulaban
vagonetas cargadas de cereal, y es que estos molinos fueron
transformados en fábrica de harinas con funcionamiento hasta 1960.
En tiempos pretéritos, el cubo pequeño contenía el pisón (o
batán) máquina ideada para abatanar las telas. Los materiales
empleados para la construcción de los muros portantes fueron:
arenisca, pizarra, mortero y ladrillo macizo. Esta impresionante
aceña destaca sobre el lecho del río, rodeada de un grandioso
paisaje, enfrente a modo de paramera divisamos el mítico Teso
del Temblajo.
Valdelaloba
es el paraje presenciado inmediatamente, el camino es una delicia,
encajonado entre el río, tierras de labor y numerosos almendros,
cruzaremos el regato con el mismo topónimo, y a continuación
aparece otro de los ingenios hidráulicos más desconocidos del
Duero, es el azud de
Matarranas. Referencias
del mismo, en la documentación antigua, hay en 1210 cuando “es
comprada por don Jacob, cantor de la Catedral, media aceña de la
zuda de Matarranas”;
además, en el siglo siguiente, el cabildo la arrienda al gremio de
tejedores todos los cañales y molinos de paño. Las piedras de moler
de las Aceñas de
Matarranas
estaban junto a la margen derecha, encarecidamente recomiendo su
visita durante el verano, debido al estiaje del río pueden
apreciarse fácilmente los restos semiderruídos de su presa, algo
que durante la época de mayor caudal es difícil percibir.
El
placentero paseo cruza otro pequeño cauce, el Regato
de Chinaguero,
un viejo letrero próximo, sobre un muro al borde del camino, llama
la atención, reza “Plalla
de los Yeyés”,
curioso nombre que le dieron algunos zamoranos a esta zona de baño
en la década de los 60, allí el rugido de las aguas y lo agreste
del paisaje reflejan un nuevo accidente en el Duero. Una larga
pesquera penetra en el río en forma de cuña, la azuda recibe el
antropónimo de Cañal
de Guerra. La
finca fue fundada en el siglo XVI por don Baltasar Guerra de la Vega,
quien compró las antes descritas Aceñas
de Matarranas para
construir, inmediatamente, aguas abajo, unos robustos cañales para
la pesca con más altura, anegando a los pisones anteriores. El
caserío cercano, poquito a poco, se desmorona, lejos quedan aquellos
tiempos cuando las anguilas pescadas en el Cañal
de Guerra eran
famosas en la región.
No
muy lejano, pero
en la margen izquierda, desemboca el arroyo
de Zape,
otro buen lugar para contemplar la preciosa ribera y los cañales,
antiguamente hubo cerca una villa medieval, San
Mamed;
más retornando al sitio, dando solo un pasos desagua el Regato
de Los Molinos,
buen pago para los aficionados a la geología donde podrán
deleitarse con múltiples formas pizarrosas. Contiguos ya a
Carrascal, acaban aquí los ingenios en el Duero próximo a la
ciudad, si seguiéramos con el recorrido avistaríamos la Aceña
de Congosta,
y más alejados, al borde de la carretera de Almaraz, los populares
Cañales de
Charquitos
o de Valverde, pero
eso lo dejamos para otras líneas.
Nuestra
etnológica caminata ha llegado a su fin.
Carlos
Coca Durán
Publicado en las páginas del dominical, de 4 de agosto de 2019, del diario "La Opinión - El Correo de Zamora" (dominical págs. 1 - 4).
Comparto las páginas para su lectura, ya que al ser el dominical no aparece en su versión online.
Aceña de Los Pisones
Detalle de la aceña de Los Pisones
Portillo de Toro en la actualidad
Aceñas de Olivares
Lateral del azud o Cañal de Guerra
Panorámica del río Duero con el azud de Cabañales
Detalle de la Puerta de Tajamar, en la actualidad.
Reloj de sol en el caserío de Gijón
Panorámica en la zona del Cañal de Guerra
Vistas del azud de Matarranas, en la actualidad
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