Las escuelas ferreristas
Parece ser que la historia gusta de repetirse una y otra vez. Dicen
que la testarudez del hombre es grande, pues no se limita a tropezar en
una ocasión con la piedra, sino que vuelve a encontrarse de nuevo, y en
varias ocasiones con el molesto canto.
Los socialistas, y demás partidarios de la “izquierda reconocida”,
han redescubierto el “chollo de la enseñanza laica”, y con un renovado
discurso tolerante y democrático, han comenzado una tímida cruzada para
eliminar, parcialmente, la oferta obligatoria de la enseñanza
confesional de la religión en los centros educativos; mínima en
consecuencias, pues la asignatura de religión sigue y seguirá en todos
los colegios e institutos a elección de ser cursada o no por el alumno, pero bastante amplia en difusión
publicitaria pues páginas y páginas, minutos y minutos se han rellenado
con la genuina promesa gubernamental.
Los mass media, nos empezaron a hacer creer en ser esto el inicio “de
la separación de la iglesia del Estado”, como si con cemento estuvieran
pegados…
El gobierno socialista, por su parte justifica esto como “una necesidad democrática, constitucional y respetuosa con el conjunto de los
ciudadanos y de sus confesiones religiosas”; en fin, lo de siempre pero
con distintos amos.
Mi interés por informarme sobre los sucesos ocurridos anteriormente
(dícese, por los temas históricos), aún a riesgo de no ser reconocidos o
más bien no rememorados por la historiografía oficial, me llevó
casualmente a dar con un artículo de opinión, aparecido en un periódico
obrerista zamorano de los años 30, firmado por un personaje, hasta
entonces totalmente desconocido para mi, llamado José López Marcos, del
pueblo zamorano de Muelas del Pan.
En su redacción José López Marcos, realiza una contundente defensa
por el sistema de enseñanza de la Escuela Moderna ideado por el pedagogo
libertario Francisco Ferrer y Guardia, de los beneficios y progresos
instructivos del sistema racionalista y “de la sociedad razonable del
porvenir”; y curiosamente, hace ya más de 70 años, advierte de los
peligros, tergiversaciones e intereses políticos creados en torno a la consolidación de la “enseñanza laica”.
La lectura y reflexión sobre el citado artículo, me parecen muy
apropiadas a día de hoy, pues a mi juicio no han perdido ni un ápice de
actualidad e interés.
Sin más, a manera de sencillo homenaje, a un libre pensador de mi
tierra obligado al olvido, os dejo con el artículo, juzguéis vosotros
que mis comentarios bastan.
Carlos Coca, 2005.
LAS ESCUELAS FERRERISTAS
Así han denominado a última hora, tal vez con intento despectivo las escuelas de la iniciativa de Ferrer.
Si la denominación se propaga como es fácil, dada la rutina
personalista dominante, nada se habrá perdido; se recargará en el
diccionario enciclopédico la definición de la palabra escuela con esta
nueva acepción, sobre las siete u ocho que ya tiene: “ferrerista”, la
adaptada al método de La Escuela Moderna, fundada por Francisco Ferrer y
Guardia, fusilado en los fosos de Montjüich el 13 de octubre de 1909,
por su amor a la educación y a la enseñanza racional del pueblo”.
En cambio se habrá ganado la ventaja de establecer una diferencia
clara y positiva entre la escuela laica y la escuela racionalista. Diferenciación necesaria y urgente, porque la araña política tan
semejante a la araña religiosa en el arte de tender sus redes para cazar
crédulos, unos en la eficacia del voto, otros en la eficacia de la
oración quieren usurpar el prestigio francamente progresivo de la
Escuela Moderna confundiéndola con el laicismo.
El adjetivo laico aplicado a la escuela tiene razón de ser en
Francia, de donde procede con esa significación, y en donde no sólo la
enseñanza habría sido religiosa, sino que religioso habría sido el
profesorado; compuesto en su mayor parte por esos hermanucos de la
doctrina cristiana, que solían verse por ahí con sotana y sombrero de
tres candiles.
La República francesa se sacudió de esa lepra, y al adoptar la
enseñanza obligatoria, encargó de ella al profesorado civil. Por tanto,
cívica y no laica debería llamarse esa clase de enseñanza. Cívica es además esa enseñanza en atención a su objetivo puesto que hija del Estado a imponer sumisión, al legalismo se dirige, en
oposición a la enseñanza religiosa, y de la Iglesia que solo se propone
la sumisión al dogma.
El carácter democrático y hasta revolucionario que se atribuye a la
enseñanza laica, se funda en que: si es algo, ha de ser anticlerical, y
así han hablado de ella en España los republicanos; pero téngase en
cuenta que aquí la escuela aunque sea religiosa en su esencia es y ha
sido laica, porque los maestros en general no eran clérigos ni
hermanucos, sino funcionarios civiles y en tal concepto hasta los
clericales podrían aceptar la “escuela laica” con mas razón que la que
ellos llaman “escuela libre”.
La educación e instrucción de la infancia, en la sociedad razonable
del porvenir, no se hará a la sombra de dominación alguna, porque no
habrá de ser sectaria ni revolucionaria; cumplirá sencillamente una
función social.
Como dijo Bakunin con perfecta precisión: la enseñanza de la Iglesia
trata de hacer del hombre un santo; la enseñanza del estado, un
ciudadano; ambas pretenden amoldar al hombre a la ciencia y a la
obediencia.
La Escuela Moderna, las escuelas racionalistas, o si se quiere
“ferreristas”, que siguen aquella gloriosa iniciativa, quieren que niños
y niñas lleguen a ser mujeres y hombres en pleno desarrollo natural e
intelectual que la naturaleza y el progreso reclaman.
Véase ahora la diferencia entre la escuela religiosa, la escuela
laica y la racionalista: la primera tiene por base, a la vez que por
objetivo, la religión; la segunda la democracia; la tercera, el hombre y
la humanidad.
La escuela tradicional y la religiosa enseña al niño la fe en la revelación, la creencia en el misterio y en el milagro, y la obediencia a los superiores.
La escuela laica y democrática le enseña las lecciones
constitucionales, la historia patriótica y le dispone para el cuartel,
el comicio y la fábrica, si es pobre; y para vivir a sus anchas si como
industrial, rentista o propietario, pertenece a la categoría de los
usurpadores de la riqueza social, a la que provee el Estado
democratizado de representantes y mandarines.
La escuela racionalista o “ferrerista”, esencial y absolutamente
opuesta a las anteriores, nos enseña, educa y prepara a la infancia de
ambos sexos, por el conocimiento de las cosas y el ejercicio de la
razón, a la vida humanamente social y a la perfecta solidaridad humana.
Los que gritan ¡viva la escuela religiosa!, llegan a canónigos, obispos o alcanzan prebendas, gangas y pueden morir en olor de santidad.
Los que gritan ¡viva la escuela laica!, si tienen palabra fácil y poca aprensión, pueden ser diputados, gobernantes o ministros con casaca al revés o al derecho lo mismo da.
Gritando ¡viva la Escuela Moderna!, se muere acribillado a balazos en el foso de un castillo maldito.
José López Marcos. Muelas del Pan, septiembre de 1933. (Artículo publicado en “La voz del trabajo”, de 24 de septiembre de 1933).
Artículo publicado en "periódico cnt", número 315 (agosto-septiembre de 2005).
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