Jacinto Toryho, periodista zamorano sin Dios ni amo
Las experiencias culturales previas han servido para forjar nuestro conocimiento, y siempre resulta muy interesante dedicar un tiempo a su estudio, más si se parte de unos hechos o de personajes que por cercanía podemos vincular con nuestro entorno más próximo. De esta manera, recientemente cayeron en mis manos las dos impresionantes memorias de un ilustre zamorano, olvidado ahora pero que fue uno de los más importantes periodistas de su época. Se trata de Jacinto Toryho. Su biografía es fascinante y digna de difundir, aquí le dedicaremos unas cuantas líneas.
Jacinto Torío Rodríguez, nació el 1 de febrero de 1909 en Villanueva del Campo. En la localidad terracampina se crió y allí despertaron sus primeras inquietudes culturales, ayudado por el maestro y la biblioteca del párroco local. Después, como tantos otros adolescentes del ámbito rural de su tiempo, con interés en seguir formándose, acudiría a estudiar a internados religiosos: primero, al seminario de Valderas; y más tarde, al colegio de los padres agustinos de Valencia de Don Juan. Su juventud la pasó en Madrid, allí colaboró en numerosos diarios regionales: El Norte de Castilla, donde publicaría una entrevista con Francisco Cambó; Heraldo de Zamora; El Correo de Zamora; o el salmantino, El Adelanto. Y tal como recoge en su magnífica autobiografía, “No éramos tan malos” (Editor G. del Toro, Madrid, 1975), los citados periódicos «acogían mis crónicas de vocacional periodista incipiente y las publicaban con notorio relieve tipográfico» (página 100). Y gracias a la mediación de su compañero de estudios, el escritor y comparatista Domiciano Herreras, entró en la primera promoción de la Escuela de Periodismo de El Debate, fundada por Ángel Herrera Oria, rotativo donde el zamorano redactaría a principios de los años 30.
Fue por esa época cuando modificó su apellido, por Toryho; también sería por entonces cuando se sinceró con Herrera, indicándole que su identificación y simpatía con el movimiento libertario español eran enormes, siendo natural que sus caminos profesionales se separaran.
Jacinto Toryho se convertiría en un destacado periodista, un prolífico escritor y participó con énfasis en la asociaciones anarquistas, afiliándose a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT-AIT), ingresando en la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y en la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL); asimismo, no descuidó el aspecto cultural y pedagógico, conviertiéndose en uno de los pilares del barcelonés Ateneo Faros. Escribió: «La vida española era un huracán de pasión. Ya había vaticinado Unamuno que íbamos derechos a la guerra civil, vaticinio del que ninguno hicimos caso. Yo seguí la ruta que había trazado el destino. Con el ardor juvenil más puro milité en la CNT de Madrid y figuré entre los que fundaron las Juventudes Libertarias. Leía con avidez y método y escribía con entusiasmo. Colaboré asiduamente en las publicaciones libertarias. Cierto día me llamaron de Barcelona y me ofrecieron incorporarme al núcleo del periódico Solidaridad Obrera, órgano de la Confederación de Cataluña y portavoz de la CNT de toda España, lo que sin vacilar acepté. Liberto Callejas […], que entonces dirigía el periódico, me orientó en el conocimiento de la vida catalana. Me aclimaté enseguida.» (pág. 112).
Su labor periodística sería inmensa, escribiendo durante el periodo de la II República en bastantes cabeceras de prensa: en el semanario Tierra y Libertad, siendo incluso procesado por algunos artículos en 1933; en Tiempos Nuevos (1935); trabajaría en El Día Gráfico; en el diario CNT; en el clandestino Revolución (1934); o en La Revista Blanca, publicación cultural gestionada por Federico Urales, padre de Federica Montseny; e iniciada ya la guerra, llegaría a ser director de Solidaridad Obrera durante más de un año, logrando además la publicación alcanzar la tirada de 200.000 ejemplares diarios durante su gestión. Igualmente, participaría en varios mítines, conferencias y ocuparía diferentes cargos orgánicos, como la secretaría de la oficina de propaganda de CNT-FAI. Asimismo, meritoria es su labor en la emisora ECN1. Radio CNT-FAI Barcelona, dependiente del aparato de propaganda coordinado por Toryho durante la guerra.
Leer “No éramos tan malos” es una verdadera delicia. Se trata de un libro muy bien construido, que invita a leer y sumergirnos en la historia de España del primer tercio del siglo XX, siendo el periodista zamorano uno de sus indiscutibles protagonistas. Sorprende la cantidad de escritores e ilustres personas del mundo de la ciencia y la cultura con los cuales Toryho trató. Ordenados en ocho capítulos, constituyendo cada uno una historia independiente, y tratados con absoluto respeto, van desfilando multitud de referentes culturales a lo largo de las 338 páginas de estas memorias: el entrañable padre Luis Rodés, insigne astrónomo catalán; el hispanista y novelista norteamericano Waldo Franck, autor de la admirable “España Virgen”; Buenaventura Durruti, popular anarcosindicalista leonés; el antes citado Ángel Herrera, célebre periodista madrileño cuya amistad entre ambos superó todas las adversidades de la guerra, además fue considerado por Toryho como su primer maestro en el arte de la escritura; el conde de Romanones, importante político conservador en la primera mitad del siglo XX; Pau Casals, notable músico nominado al Premio Nobel de la Paz; el presidente de la Generalitat de Catalunya, Lluís Companys; los sefarditas norteamericanos y el director del New York Times, diario donde le ofrecieron trabajar y cuya redacción visitó el biografiado; Eduardo Barriobero; otro emocionante capítulo dedica al poeta León Felipe y a Berta Gamboa; o al cónsul general de la URSS, Antónov-Ovséyenko.
Sublime es la descripción de los protagonistas en cada capítulo, valga una muestra: «Waldo Frank lleva el alma en los ojos. En los ojos azules y en la sonrisa. Aflora, de vez en cuando, a ellos la ingenuidad del niño; en ocasiones, la pasión, y en todo instante, la bondad. Marcha por los caminos como si fuera un misionero, derrochando el magnífico ejemplo de su vida. Porque desciende de Alonso Quijano hay en él, con aires de revolucionario y de profeta, un paladín de toda causa noble […] corrió España empapado de historia, reviviendo en su mente romotas leyendas que los siglos no han podido matar» (pág. 53).
Y una parte me ha llamado la atención sobremanera, causándome una gran satisfacción descubrir un texto y unos testimonios olvidados por mucho tiempo. Se trata de la estancia y conversaciones con el poeta León Felipe en Barcelona. Son tan interesantes dichas páginas, es tan humano y bonito lo narrado, que me comprometo a redactar un futuro artículo para LA OPINIÓN- EL CORREO DE ZAMORA analizando dichas páginas, para el disfrute de todos los lectores interesados en el tema. Es decir, en la poesía con mayúsculas, contada por dos maestros de las letras.
Su otra autobiografía, “Del triunfo a la derrota” (Argos Vergara, Barcelona, 1978), posee información valiosa. El zamorano denunció los innumerables excesos autoritarios estalinistas y desconfiaba de los políticos separatistas catalanes. Otro dato, según su versión, en 1932 unos estudiantes alemanes en Madrid cantaron una pieza a la que él puso letra: la conocidísima “¡A las barricadas!”, convertida en 1936 en canto de la anarcosindical (no obstante, la letra popularizada pertenece al vallisoletano Valeriano Orobón Fernández) y armonizada por el músico Dotras Vila, «nadie supo a quién pertenecían la letra y la música, ni el autor de aquella tuvo interés alguno en que se supiese. Lo importante era que teníamos un himno de guerra» (pág. 421).
Toryho se convertirá en un famoso escritor revolucionario y también en Zamora cuajan sus ideas. Los años previos a la Guerra Civil sorprende el dinamismo del movimiento anarcosindicalista en la provincia. El diario de Toryho, la Soli, y la prensa libertaria nacional tuvieron varias suscripciones o paqueteros en diferentes puntos de la Tierra de Campos zamorana (Cañizo, Vezdemarbán, Villalpando, Villanueva del Campo, etc.), así como frecuentes crónicas de sucesos locales en sus páginas.
Y tal como como recojo, en mi estudio “El movimiento libertario en Sanabria antes de la Guerra Civil” (Germinal, Madrid, 2020), en la comarca de Toryho existió un dinámico activismo ácrata: con un potentísimo Sindicato Único de Trabajadores de CNT en Villalpando, inscrito ya el 19 de octubre de 1931, cuyos militantes efectuaron campañas de propaganda y huelgas en la localidad, y algunos habían tomado parte hasta en los sucesos revolucionarios de Vera de Bidasoa en 1924; la constitución de un grupo de la FAI en Villalpando, y varios núcleos de simpatizantes en el norte de la provincia (Valdescorriel, Pobladura del Valle y Benavente), según figura en el archivo del IISG de Ámsterdam; otros destacados sindicatos terracampinos de CNT, en Valderas (León) o Medina de Rioseco (Valladolid); y además, hubo un detenido en la insurrección de diciembre de 1933, conocida como la Decembrina, en Villanueva, patria chica del biografiado.
Y en Cerecinos de Campos, habían nacido los hermanos Lobo, quienes se involucraron en la vida cultural libertaria. Baltasar Lobo, eminente escultor, participaría en las organizaciones anarquistas y dibujaría para su prensa; su pareja, Mercedes Comaposada, fue una de la fundadoras de la organización feminista y de la revista con el mismo nombre, “Mujeres Libres”, junto a la poeta Lucía Sánchez Saornil; y también, una importante dinamizadora de esta agrupación en Barcelona, Felisa de Castro Sampedro, era oriunda de Belver de los Montes.
Toryho creyó en un proyecto sindicalista antagónico al hoy mayoritario, basado en una cultura obrera ahora defenestrada, creado desde la autogestión y el asociacionismo. En el movimiento libertario depositó sus esperanzas, se ilusionó con la experiencia social revolucionaria y de economía colectivista surgida tras julio del 36 en amplios lugares de la España antifascista, pero la durísima realidad bélica lo llevó al pragmatismo, sin renegar nunca de sus principios ácratas.
Perdida la guerra y la revolución, se exilió: primero se transladó a Francia, después a Cuba y Estados Unidos, para terminar su periplo en Argentina. En el destierro siguió ejerciendo con éxito su labor profesional en los principales periódicos argentinos: Crítica, La Nación, Clarín y La Razón, publicando a mayores varios libros en diferentes editoriales del país sudamericano, y trabajó en informativos radiofónicos y televisión.
Y por fin, en el verano de 1979, varias décadas después de abandonar nuestro país, Jacinto Toryho retornó para visitar su pueblo natal, Villanueva del Campo. La transformación de la localidad le cautivó. Logra reencontrarse con viejas amistades y pasear, como hizo de niño tantas veces, por sus amadas calles. Tras su viaje, humildemente envía una carta para una revista cultural del pueblo, La Voz de Villanueva; allí, dice: «Medio siglo de alejamiento del terruño y volver a él de pronto, desde la otra punta del mundo, es algo de emoción tan honda, tan profunda, que su expresión no es posible con simples palabras […] He tenido a Villanueva clavada en la retina de la mente desde el día que me ausenté, que no tuve necesidad de recordarlo, porque ha estado en mi memoria fresco y lozano siempre. Por eso, cuando pisé la calle del Cristo me pareció que nunca había estado lejos. Mi regreso estuvo colmado de emociones dulces y placenteras, suscitadas por el pasado y el presente en amalgama maravillosa». Jacinto, el eterno trasterrado, volvía a casa. Y en su nuevo hogar, Buenos Aires, falleció el 5 de mayo de mayo de 1989.
Inexplicablemente, la memoria de nuestro distinguido paisano ha quedado silenciada y relegada de los estudios culturales y literarios en la región, no es así en otros lugares donde goza de amplio reconocimiento público y académico. Sirva esta escueta semblanza para comenzar a recuperar su obra. Jacinto Toryho, escritor zamorano que nunca tuvo dueño.
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